Viernes: la nieve caía en forma horizontal como cuchillos, atacando hasta el más mínimo pedazo de piel que osábamos exponer. El viento rugía en nuestros oídos como un jumbo jet. Me la pasaba mirando alrededor esperando ver aparecer un camión a toda máquina en la ruta. Pero no, solo era el viento. Ya nos habían alertado sobre el viento patagónico; que para a los autos en seco, arrastra a las motos… Ahora estábamos recibiendo a pleno su ataque implacable.
El pasamontañas y la bufanda que llevaba puestos apenas me dejaban ver un pequeño recorte del mundo. De repente, enmarcado en ese recorte, aparecen dos luces rojas y enseguida discierno el verde lima de un auto. Alguien se detenía junto a nosotros. Automáticamente nos acercamos. La nieve se arremolinó indiscreta en el interior de su mundo tibio. Dos inmensas sonrisas nos ofrecieron acercarnos a Puerto Natales. ¡Imagínense!
Pero para nosotros es simple, nuestro desafío no admite el autostop (a menos que después volvamos al mismo punto). Solo nos bastamos de nuestras cuatro piernas y las dos ruedas del tráiler. Declinamos la oferta, pero no dejamos de hacerles saber lo mucho que nos entusiasmaba charlar con ellas. Nos contaron que iban a visitar a unos amigos, y que seguramente nos volverían a ver en la ruta otra vez. Genial.
Anhelamos el contacto humano. Ya sea en forma de bocinazos, gestos de aprobación con el pulgar en alto o la “v” de la victoria, o el sagrado sonido de la voz humana; todo vuelve a tener sentido otra vez. Empezamos a soñar con verlas de nuevo, pero pronto un mecanismo de defensa contra la desilusión nos calmó la ansiedad, habían demasiados escollos que podían impedir ese rencuentro.
Domingo: nos demoramos en empezar el día, después de los casi 40km del sábado. Además, no es fácil enfrentar al freezer matutino. Pero puedo decir con orgullo que estamos adquiriendo la habilidad de vestirnos a la velocidad de la luz, y estar listos antes de que los dedos se entumezcan.
En la ruta sopla un miserable viento cortante. Cerramos las manos en un puño y dejamos que los dedos del guante caigan fláccidos, vacíos. Vemos pasar pedazos de hielo volando, que el viento levantó del río. Al principio pensé que eran golondrinas… ¡nunca antes había visto volar al hielo!
Y entonces aparecen. Dos pequeñas lucecitas blancas, el verde del auto y las dos inmensas sonrisas deteniéndose junto a nosotros. Corremos a saludarlas, ¡no nos habían olvidado! Tabata Alejandra y Lillo Briceño nos ofrecen dos empanadas y dos licuados de leche desde la ventanilla del auto. Increíble. Guau. La gentileza humana. Nos alegraron el día.
Todavía es domingo. Estoy escribiendo en nuestra tienda de campaña. Una capa de nieve acaba de resbalar del techo. Se escucha el borbotear del agua del río que no está completamente helado. Por lo demás, todo está en calma. Solo David a mi lado suspirando mientras sueña con nuestras dos pequeñas “angelitas” y las mejores empanadas y los más sabrosos licuados de la Patagonia.
¡GRACIAS! xx
Traducción por María Elisa Pelletta, GRACIAS!