La Patagonia es un lugar legendario de proporciones asombrosas, de una belleza prístina y de tesoros escondidos. Un paisaje de fantasía donde habitan las hadas y los magos que pueblan los sueños de la infancia.
Desde el mismo día en que comenzaron los juegos Olímpicos de Londres, mi esposo y yo hemos estado corriendo a través de sus bosques y sus pampas interminables, en nuestra expedición www.5000mileproject.com, desde el punto más austral hasta el mar Caribe: “correr por las tierras salvajes del continente, su flora y su fauna”.
Hace poco conocimos a unos habitantes de la Patagonia de lo más extraños. Son nuevos aquí, pero es cierto que todos los habitantes de la Patagonia de hoy también lo son, ya que la mayoría de ellos se ha establecido en estas zonas inaccesibles del sur de Chile, en la última parte del siglo XX. Unos chicos que pasaban en bicicleta nos revelaron su existencia. Pura suerte, de otro modo jamás los hubiéramos encontrado. A diferencia del homo sapiens común de estas zonas, ningún camino conduce a su casa y no hay ningún auto estacionado bajo los aleros. En realidad, nada es como se supone que debería ser.
Nos escurrimos por un alambrado, seguimos el paso de los animales, trepamos una zona poblada de arbustos altos donde zumban unas abejas color de fuego. Finalmente, en el campo vecino, avistamos el pico de un techo en la cima de una colina. Otro alambrado y nos encontramos en el “El reino de la tierra” de Paul Coleman y Konomi Kikushi, “Caminantes de la tierra”, quienes han andado distancias increíbles esparciendo el mensaje de la gestión medioambiental.
Encontraron su terreno en la colina hace tres años, y desde entonces se han puesto a esculpir la tierra a mano. En vez de usar madera o chapa, prefirieron construir con los materiales propios de la Patagonia, eligieron tierra. Poco a poco, su casa tipo Hobbit empezó a emerger, a medida que llenaban bolsa tras bolsa con una mezcla de tierra volcánica extraída de su propio terreno. La red de agujeros y pasillos que constituyen su casa ostentan invernaderos, un baño seco, y pozos creados para regar su huerta orgánica y los cientos de árboles nativos y arbustos que asoman ahora en las laderas de la colina.
Dejamos nuestros bolsos junto a un cerezo, en un espacio de camping reservado para los visitantes o para gente de paso, y los seguimos por un laberinto de caminos que nos condujeron a su puerta. La fragancia de las hierbas y el incienso endulzaban el aire del hogar. Telas de arpillera de color caramelo forraban las paredes. Un lugar muy sencillo, muy hermoso, y sobre todo, excepcionalmente cálido. Las paredes anchísimas de tierra proveen el aislamiento perfecto contra el clima extremo de la Patagonia, mientras que en el verano, crean un respiro de sombra, exactamente como las casas de adobe de paredes gruesas de hace cientos de años, como aquella en la que yo crecí, en el condado de Devon.
La gente del lugar al principio desconfiaba un poco de estos nuevos vecinos y su extraña casa. “La gente no podía entendernos, cuando vinimos al valle”, explica Paul, “¿quiénes son estos gringos que van y vienen del pueblo cargando mochilas pesadas con provisiones aunque llueva torrencialmente o haga un frío espantoso?, ¿dónde tienen el auto? ¿Acaso son tan pobres que tienen que construir una casa de tierra?”
Konomi se ríe, “Decían que éramos demasiado flacos, que no sobreviviríamos el primer invierno en la Patagonia. Pero seguimos caminando, cargando las compras colina arriba, en nuestras espaldas. De a poco, paso a paso, nuestra casa creció y las huertas de permacultura empezaron a tomar forma en la colina. ¡A tres años de nuestra llegada seguimos vivos!”
Mientras tomamos té verde, miramos las montañas y el río verde lechoso enmarcados por los pastos altos de las paredes de césped. Nuestro plan era quedarnos una hora, y luego retomar los 20 Km. que nos restaban para terminar la cuota de 32 Km. De carrera diaria. Pero las horas pasaban volando con tantas historias extraordinarias, así que nos olvidamos de nuestro plan. Paul produjo su libro “Recorriendo la tierra a pie” (Earth walking book), se acomodó como un mago junto al fuego, su larga trenza plateada sobre el hombro, la luz vacilante del fuego tiñendo su rostro animado de color ámbar. No era cualquier libro… ¡era gigante, media más de medio metro de alto! “Este es el libro de los cuentos de hada. Con él, le muestro a la gente la belleza del mundo sobre el que camino.”
Una mezcla de cuentos, recortes de diarios, pensamientos, fotos, ilustraciones llenaban sus páginas. Con él se comunicaba con la gente que conocía a su paso por el planeta; compartiendo su historia e invitándolos a sumar sus pensamientos. “Tenía que ser grande, era importante; mientras caminaba por Serbia durante el conflicto, me sirvió de escudo contra las balas! Los soldados me detuvieron, pensé que me iban a matar. Entonces, al revisar mis pertenencias, descubrieron el libro. Algo pasó. Vi en sus rostros una especie de veneración. Se olvidaron de que me perseguían.
Paul es británico de nacimiento, primero lo sedujo el mundo viviente mientras viajaba por Islandia. Empezó un increíble viaje caminando miles de kilómetros alrededor del mundo, trabajando por el medioambiente; plantó más de 10 millones de árboles nativos en los países que cruzaba. Atravesó caminando América del Norte y Central para llegar a la primera Cumbre de Río. Caminó por el Reino Unido, Europa y Sudáfrica. Ha caminado más de 46 500 Km. atravesando 39 naciones, desde 1990. Es bien conocido en el mundo como el “Caminador de la tierra” (The Earth Walker).
Luego, en 2005, viajó a Japón para hablar sobre su filosofía de la tierra en Tokyo. Knomi se enteró por sus amigos de que “El hombre que planta árboles” iba a dar una conferencia. Pensó que se trataba del autor francés, Jean Gioni, el escritor de la fábula homónima. En cambio, se encontró con Paul, ¡y dos meses después, se casaron! Estar cerca de Konomi nos daba una intensa paz. Su pequeño cuerpo erguido; su pelo negrísimo –adornado con algún ocasional reflejo gris- atado prolijamente en una colita.
Konomi vivió a 100Km. de Tokyo; tuvo una infancia rodeada de naturaleza, juntando setas en los bosques. Emigró a la ciudad donde tenía un trabajo estresante y demandante, hasta que finalmente, luego de una serie de sucesos desafortunados, decidió tomarse un año sabático y vivir de sus ahorros. A los dos meses conoció a Paul, cuya alma gemela le hizo volver a sentir las raíces naturales de su infancia.
En 2007 partieron hacia su primera caminata juntos, desde Hong Kong hasta Beijin, más de 3000 Km. Nos dijo Konomi con una sonrisa “fue un suplicio, me dolía todo; estaba tan dolorida. Nunca había caminado tanto. Por supuesto caminaba distancias cortas, ¡pero nunca algo semejante! Y sin embargo, fue una experiencia rejuvenecedora y enormemente pacífica”.
La caminata les reveló una destrucción medioambiental horrible: bosques destruidos, basura que se descomponía en montañas apiladas junto a las casas, pescados muertos flotando en los ríos, y los únicos animales salvajes que vieron eran ratas. Y al ver los ríos rojos con la sangre de cerdos -que más tarde vieron descartados, río abajo- decidieron simultáneamente volverse vegetarianos. “la destrucción era increíble. Los pájaros caían muertos del cielo, literalmente. La gente moría como consecuencia de tan terrible polución y contaminación.”
Nosotros sabíamos algo sobre el historial de China respecto del medioambiente, pero nos impactó escuchar estas historias de alguien que vio todo eso en persona; sobre todo cuando consideramos lo que se encuentra en el interior de prácticamente todo hogar occidental, uno se da cuenta de quién está provocando tanta exportación barata, y alimentando este holocausto medioambiental.
Konomi nos mostró sus libros. Lleva escritos doce, y está en proceso de escribir otro, sobre su nuevo hogar sustentable en la Patagonia. Sus dedos delgados siguen con elegancia las líneas exquisitas de la escritura japonesa. A través de sus palabras y sus acciones, Paul y Konomi comparten su amor al medioambiente con millones de personas. Han elegido vivir en la Patagonia porque lo consideran el último bastión de la naturaleza y la vida salvaje, las mismas razones por las que estamos corriendo.