Mientras escribo, la lluvia cae a raudales sobre el techo de paja del hospedaje, recordándome que tal vez la estación seca no se ha dado cuenta de que ha llegado. Y también nos recuerda que la decisión que tomamos de desviarnos unos 270 Km de la ruta para evitar los humedales inundados en la parte central de Bolivia, fue una idea acertada. Si no lo hubiéramos hecho, la lluvia de hoy nos hubiera definitivamente cortado el camino.
Estamos en Santa Rosa, en la provincia norteña de Beni, en Bolivia. Las banderitas que muestran nuestro recorrido al pie de cada página de nuestro sitio no están equivocadas: caminamos hacia el costado, no hacia arriba.
Tres semanas corriendo y todavía no cambiamos ni un grado de latitud, la medida más importante que marca nuestro progreso. Hoy, sin embargo, empezamos a correr hacia el norte otra vez. En las próximas dos semanas estaremos en el rincón más remoto de Bolivia, y apenas pasaremos unos poblados esparcidos en los próximos 420 KM.
Ya empacamos dos semanas de provisiones, con la esperanza de llegar a Riveralta de acuerdo al plan, ¡y antes de que expire nuestra Visa! Dado que llevamos peso extra en nuestro carrito, por las provisiones que debemos cargar para los próximos 14 días, nos hemos sometido a una dieta de comida disecada solamente, ni fruta ni verduras para este trecho, a menos que las encontremos en el camino. Hay algunas opciones en el campo de la comida silvestre, la mejor es también la preferida de nuestro querido guacamayo de cuello azul: el fruto de la palmera Motacu. De un sabor entre el aguacate (la palta) y la banana y por demás difícil de conseguir.
Por lo tanto, nuestra única opción era “limitar el daño”, y a pesar de quienes opinaban lo contrario, nos dirigimos hacia el oeste por caminos de tierra; igual nos la ingeniamos para cortar un pedacito de la ruta, atravesando una estancia enorme, ahorrando así varios cientos de kilómetros. El paso “Nogales”, la línea rosa del mapa que se separa de la roja, nos llevó tres días, y ha sido uno de los mejores momentos de nuestra carrera por Bolivia, y de hecho, de toda la expedición.
El camino, o sendero, es de 100Km de largo, y el último tercio, solo transitable por dos ruedas, de la configuración que sean. El carrito se portó muy bien. Una multitud de puentes destartalados dificultaban el avance, algunos los tuvimos que cruzar con un cuidado infinito, calculando centímetro a centímetro que las ruedas no se salieran.
Los caimanes esperaban abajo… pero para ser sinceros, sería una exageración calificarlos de come–hombres. En la estancia está prohibido cazar y pescar, y la vida silvestre abunda. Acampamos cerca de un grupo de carpinchos gigantes, unos roedores del tamaño de una oveja. Se pasaron la noche masticando ruidosamente plantas acuáticas y nos agradecieron el poder pasarnos sus mosquitos. Halcones nocturnos y serpientes, garzas rosadas de pico cuchareta y una montaña de otras aves acuáticas compartían el pantano con nosotros y nos acompañaban en nuestro avance.
Aparte de los humedales y la tierra desmalezada para el ganado, también nos acompañaron unas 10 mil vacas.
A mitad de camino encontramos una pequeña comunidad, formada por los obreros de la estancia, con una muy pequeñita escuela rural. Ellos no tenían proyector, ¡pero nosotros sí!, así que tuvimos una sesión fantástica con los chicos de 5 a 12 años. Aprovechamos para jugar nuestro nuevo juego de mesa, pintado en una de las lonas.