Una nuez ovalada color chocolate. La nuez de Pará, o Coquito del Brasil para algunos. Una de las mejores nueces. Llena de proteínas, calcio, hierro, selenio y otra cantidad de riquezas, un mordisco cremoso y ya estás sirviéndote otra.
Pero, espera un minuto. No pongas la mano en el bol todavía.
Viajemos con esa nuez para ver la vida como ella la ve.
Naveguemos por el mar, zambullámonos en el hemisferio sur, saltemos un par de husos horarios, despejemos las lianas e internémonos en las sombras vaporosas de la selva tropical más grande del mundo.
El Amazonas.
Es el mes de octubre, el comienzo de la estación de lluvias en el norte de Bolivia y en la provincia de Rondonia en Brasil. Cúmulos se alzan como torres, cargándose de vapor, listas para descargar. La humedad puede hasta tocarse.
Y el ruido es ensordecedor. Lejos, unos 50 metros por encima de ti, un ejército de abejas se sacia con el néctar de cientas de las flores amarillas del árbol de la nuez de Pará.
Pero estas no son unas abejas cualquiera. Pertenecen a la familia de las abejas de las orquídeas (euglossini). Tan fuertes como para levantar la capucha enroscada de esta flor, con una lengua extraordinariamente larga, adaptada para extraer las delicias pegajosamente dulces que se esconden en la profundidad de esta compleja flor.
En un giro sedosamente perfumado de esta historia, se supone que las abejas son atraídas al árbol de la nuez de Pará por el perfume de las orquídeas que crecen cerca de él. También se cree que los químicos especiales que provee el néctar de las orquídeas son los responsables de potenciar el color de las alas de las abejas, sobre todo el de las hembras.
Cuanto más orquídeas hayan, más abejas habrá, y entonces habrá más nueces de Pará.
Al estirarte para ver mejor la espiral de vida que se desenvuelve por encima de tu cabeza, una flor cae del árbol a tus pies. Apenas vivió un día y ya está muerta. Pero no se desperdiciará. Un millón de “atacantes” esperan. Una procesión de hormigas cortadoras desmenuza el trofeo floral y regresa a su jardín, en las raíces del árbol de la nuez de Pará.
Ahora debes esperar. Observa. Inhala. Debe pasar un poco más de un año. Aprieta el botón de avance rápido: raíces aéreas bajan en espiral desde la copa del árbol, las semillas explotan en forma de hojas y son expulsadas hacia el cielo por entre una grieta en la espesura de hojas, un sutil entramado de hongos estira sus dedos entre la hojarasca, pasan jaguares, los tucanes conversan en el sol que cae, una bandada de guacamayos chilla en lo alto, y un alga verde oscura aparece en el pelaje del perezoso.
Mientras tanto, las nueces de Pará siguen engordando. Hay unas veinte apiñadas en una sola vaina redonda como la bola de un cañón. Esperan el agente desencadenante: la lluvia. Entre los meses de noviembre y marzo llueve con frecuencia y por períodos más largos y regulares. Y las bolas empiezan a caer.
Este no es un buen momento para quedarse bajo la frondosa copa del árbol de la nuez de Pará, que mide unos 20 m de ancho. Un golpe de una de estas bolas que pesan unos 2,5Kg, cayendo de 50 metros, puede fácilmente matarte.
Observando la acción desde lejos, la siguiente pieza del rompecabezas se revela:
Una sombra plateada ilumina una de las vainas que cayó cerca de la base de un árbol de caoba cercano. Tus oídos detectan un crujido. ¿Un jaguar? No, demasiado liviano. Repentinamente, un animal como un cobayo gigante se acerca a husmear. Un agouti paca o majaz.
Se para sobre sus patas traseras. Olfatea. ¿Nada por aquí? Y en seguida se pone en acción. Sus incisivos filosos como abrelatas trabajan sobre la vaina aparentemente inquebrantable. Consciente de que el festín no durará mucho, empieza a enterrar su tesoro, asegurándose alimento para los meses venideros.
Y así es como suceden las cosas. Otra generación de árboles de la nuez de Pará asegurada gracias al super majaz. Porque la verdad es que, igual que las ardillas rojas, lo más seguro es que se olvide de dónde fue exactamente que escondió la comida. Los tesoros olvidados germinarán y comenzarán la lucha por un espacio entre las copas de los árboles de la selva amazónica.
Pero ahí no termina la historia.
No se sabe bien cuán responsable es el majaz con su abarrotamiento de vainas en la proliferación del árbol de la nuez de pará. Se habla de que los monos capuchinos también participan del destino de estos árboles, abriendo las vainas a golpes de piedras. Y también están los mega mamíferos, antepasados de los grandes herbívoros del África, que fueron extintos por las civilizaciones sudamericanas pasadas, y podrían haber tenido un rol en la historia de este árbol.
Y después están los humanos.
Muchos creen que las tribus indígenas del Amazonas han sido las verdaderas responsables de la expansión del árbol de la nuez de Pará desde el norte de Brasil y Venezuela, internándose en el Amazonas hasta Bolivia y Perú.
Durante muchas generaciones los indios han creado pequeños claros en el bosque. Algo similar a los espacios naturales que se abren cuando caen árboles naturalmente, empujando a otros a caer también. La gente de la selva ha creado estos espacios con métodos tradicionales de agricultura, cortando y quemando las plantas.
Una vez que se ha hecho el claro, siembran mandioca, por ejemplo, que se beneficia de los nutrientes de las cenizas. Pero pronto la tierra se degrada, y luego de un par de años abandonan el sitio, pero no sin antes plantar semillas del árbol de la nuez de pará, para asegurar una cosecha en el futuro. Y así sobrevive este árbol.
Lo que es increíble es que hoy, en el año 2013, bien internados en el Amazonas, lejos de los desmontes con sus rutas y el ronroneo de las motosierras, lejos de cualquier influencia, unas pocas tribus olvidadas, tal vez menos de cuarenta, todavía existen. Siguen viviendo como sus antepasados, en armonía con la selva, todavía haciendo claros para la mandioca, y plantando semillas del árbol de la nuez de pará.
Escuchas voces. Es el mes de marzo, la mayor parte de las vainas del árbol de la nuez de Pará han caído a la tierra y los hombres del lugar, los casteneros, llegan a cosechar sus “terrenos”. Ya han vuelvo a cortar la vegetación que había cubierto los caminos y desmalezado el terreno bajo los árboles. Con su siempre presente machete y la canasta en sus espaldas, atada con una correa sobre su frente, comienzan a recoger los frutos.
Las canastas colmadas se abren paso. Una nuez cae. En los meses siguientes, nuevas semillas germinarán en el claro del camino.
Entonces, ¿qué es esa nuez que tienes en tu mano?
Un perfecto e intacto segmento de selva.
Porque al contrario de casi cualquier otra comida que te pongas en la boca, esta no ha sido industrializada, o escupida desde una plantación cansada. Y no es que no hayan tratado. Pero es que no ha sido económicamente viable. Y, de todas maneras, ¿cómo conseguirían incorporar las abejas de la orquídea, las orquídeas y los agoutis; el tramado complicado del que depende una selva tropical en funcionamiento?
Es una nuez con una historia, es una historia, es la vida de un indio, es una selva que puede permanecer viva.
Entonces, relájate, estira la mano al bol, muerde una nuez de Pará y observa a la selva cobrar vida.
Katharine and David Lowrie acaban de correr a través del norte de Bolivia y del estado de Rondonia en Brasil, como parte de su carrera a lo largo de Sudamérica por las tierras vírgenes y su vida salvaje. En el camino han hablado con personas del lugar sobre la cosecha de la nuez de Pará. Para averiguar más sobre la expedición, visite: www.5000mileproject.org
KEY WORDS: Amazonas, Selva tropical, 5000 mile project, Sudamérica, Sostenible, Nuez de Pará, Ecología