Somos ecologistas. A los ecologistas no nos gustan las rutas. Y sin embargo, aquí estamos, corriendo nuestras 5.000 millas hacia el norte, por cada ruta y camino que Sudamérica nos presenta.
Empezamos en una pista de patinaje, resbalándonos y cayéndonos sobre la nieve, soportando nevadas y tormentas, en el sur de la Patagonia. Luego nos encontramos corriendo sobre ripio, esquivando hoyos, bajando en descensos escarpados y subiendo arduas colinas. Corrimos 1.700 Km de los 8.000 Km de nuestro “5000mileproject”, y en un par de días seremos los primeros en haber corrido por la infame carretera austral, la loca “autopista” chilena que se interna en el corazón de la Patagonia.
Entonces, ¿qué derecho tenemos a despreciar las rutas? Sin ellas no hubiéramos podido penetrar en los asombrosos parajes inhóspitos de Chile, no hubiéramos podido acampar junto a los arroyitos donde abundan los patos y donde beben los pumas, ni hubiéramos podido maravillarnos viendo al cóndor andino volar sobre nuestras cabezas.
Despreciamos a algunas, porque no todos los caminos son despreciables. La superficie de ripio y las vueltas sinuosas de la Carretera Austral proveen un filtro natural al acceso a este frágil terreno, y a las actividades que se puedan realizar en él. A lo largo de 1.200 Km hemos registrado, olfateado y tanteado cada vuelta de esta serpiente. Ahora existe la posibilidad de un cambio: ¡Un plan multimillonario para “mejorar” la carretera!
Hormigón armado en algunos tramos de la carretera. Y con cada sección remodelada, enderezada, ampliada, drenada, vienen más coches. Más gente “dormida” en sus encierros rodantes. Más latas de cerveza arrojadas desde más ventanas. Nafta y aceite que se filtra en los pantanos. El tronar de los camiones, remplazando el tronar del agua en las cascadas. Gauchos a caballo remplazados por su versión de cuatro ruedas. Las picaps son ahora las que arrean al ganado. Comunidades que antes eran apenas accesibles, son ahora viables.
¿Pero son realmente viables estos poblados, si consideramos los precios exorbitantes de los productos que se exhiben en los estantes de los negocios, y que han sido transportados por kilómetros desde el norte, para alimentar a estas poblaciones emergentes? ¿Para qué invierte Chile tanto dinero en estas remotas poblaciones? ¿Es para proteger las fronteras de su gigante vecino? ¿O es, en realidad, parte de aquel gran plan de pavimentar y domesticar el sur del país, con el objetivo de extraer recursos, siguiendo la línea del plan que gestara el general Pinochet, y que comenzara con la construcción de la carretera en 1976? Esta explotación de recursos es algo que a la gente de la Patagonia le preocupa mucho, y sin embargo pocos ven la conexión entre la autopista prometida y la fuerza destructiva que potencialmente encierra.
Uno de los tramos más increíbles de la expedición hasta ahora, fue correr por el paso del Parque Nacional Quelat, en medio de un bosque virgen y montañas rugosas. El camino era encantador, angosto y de ripio. Se movía orgánicamente con la forma del terreno, en vez de imponerse a él. Observamos una procesión de millones de orugas naranjas con sus penachos parados al estilo mohicano, intentando cruzar el camino en su penosamente lento avance.
Caminos como estos no son parte del plan. Demasiado insignificantes, demasiado atípicos. Parece que Chile trata de emular la visión global de la autopista. Y es así que corremos sobre la recientemente asfaltada ruta del Chaitén. En el centro las rayas blancas dividen la ruta, ¿para quién?, ¿hacia dónde?, ¿por qué?
Si hay algo categóricamente claro desde nuestra investigación, desde miles de estudios universitarios y desde el más común de los sentidos comunes… es que la velocidad mata. Mientras los humanos nos encerramos en carrocerías cada vez más durables, y corremos como bombas a toda velocidad, la vida salvaje cae en peligro. El zorrino patagónico, los armadillos, los guanacos, los mirlos australes, son algunas de las víctimas que hemos encontrado en las secciones “mejoradas” de las rutas por las que corremos.
Pero no es una muerte simple. Todas las rutas –aunque las rutas veloces más– cercenan hábitats, separan territorios, vertientes, rutas migratorias. La vida salvaje no sigue antropogénicas líneas rectas. Las rutas separan poblaciones, y los territorios de caza o forrajeo se reducen. La viabilidad de grupos remotos o en vías de extinción se ve amenazada. Y para aquellas especies que están fatalmente fragmentadas y críticamente en peligro, como el huemul o el zorro chilote, una ruta puede, simplemente, significar el fin.
Las rutas principales, además, se erizan con especies invasoras; sus semillas, llevadas por autos, camiones, personas, animales domésticos. La rosa rugosa, el pino, los lupines, los eucaliptus, la falopia japonesa; todos nombres con perfume a nostalgia, pero en el lugar equivocado, en el país equivocado, sin un predador natural que las controle. Libres en los hábitats de la Patagonia, remplazan a las especies nativas y tienen un impacto negativo en la vida silvestre que depende de ellas.
En todo el mundo, la gente está tratando de mitigar los problemas que acarrean las rutas. Han realizado viaductos que permiten a las ranas, tritones y salamandras, regresar intactos a los terrenos ancestrales de desove. Han construido gigantes puentes verdes que permiten a los alces y a los osos cruzar autopistas y llegar al otro lado, ilesos. Alambrados altísimos tratan de convencer a la fantasmagórica lechuza de que debe volar más alto, por encima de las autopistas, y evitar los sabrosos pero mortales bocados de los bordes del camino.
Remover la Carretera Austral, es imposible. ¿Pero realmente necesitan estos poblados de apenas 200 mil habitantes, la más grande de las rutas? Es increíble la reacción que recibimos cuando conversamos con los chilenos sobre nuestra carrera a lo largo de la Carretera Austral. Un brillo se enciende en sus ojos – ¡qué lindo!-, dicen. Entonces, ¿por qué no mantener esta carretera como lo que es, apenas un sendero, casi. Tanto para las comunidades que viven allí como para los visitantes, determinados a vivir y a viajar en estas increíbles tierras salvajes, donde los colibríes zumban entre las copas de los árboles, los zorros dormitan junto a los arroyos y los cuartetos de ranas cantan desde lo más profundo de los bosques.
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Gracias Maria Pelletta por la traducción!