Provincia de Salta, al norte de Argentina. Dos niñas están paradas al costado del camino. Pasa un auto plateado con vidrios polarizados. Las niñas le muestran algo, pero el auto sigue de largo. Sin embargo, enseguida se detiene y retrocede. Tres hombres corpulentos, de pantalones blancos y anteojos oscuros, bajan del auto para inspeccionar eso que las niñas le mostraban. Uno de ellos se da vuelta para orinar, el otro examina el objeto deseado.
Es un mamífero, un armadillo. Específicamente, Tolypeutes Matacus, el quirquincho bola o armadillo de tres bandas. Los hombres se ríen y gritan “flaco, muy flaco”. Sonriendo, y todavía sacudidos por la risa, vuelven a su auto y salen a toda prisa. Las niñas, decepcionadas, los ven irse envueltos en una nube de polvo.
Antes de haber empezado a correr por Sudamérica, no había imaginado nunca que tendría el privilegio de ver este antiguo grupo de mamíferos en su entorno natural. Para mí, los armadillos eran un animal exótico, criaturas esquivas, algo que pertenecía a libros que hablaban de tierras lejanas. Pero un día, en el sur ventoso de la Patagonia chilena, cuando los últimos rayos del sol desaparecían en el horizonte, avistamos uno que cruzaba apurado la ruta, a unos veinte metros de dónde estábamos.
Tuvimos suerte. Una mujer con quien hablamos, que ha vivido en la zona más de diez años, nos dijo que nunca había visto un quirquincho patagónico, o piche (Zaedyus pichiy). En los meses que siguieron, contaríamos decenas de estos animalitos aplastados en la ruta, y solo una vez más, vimos uno vivo, ocupado en sus actividades diarias.
Mientras corríamos por los vientos aulladores de la Patagonia argentina, y por el horno del Chaco (bosque de matorrales), nos familiarizamos con la mayor amenaza a la población de armadillos: la caza para su consumo, y en menor escala, para ser llevados como mascotas. Una infinidad de personas, desde pastores hasta peluqueros, maestros y locutores de radio, se relamían a la sola mención de estos animales acorazados.
Los matorrales chaqueños de Argentina, se extienden por muchos kilómetros –pinchudos– hasta el horizonte resplandeciente en la neblina. Uno pensaría que está mirando un inmenso mar olvidado; sin embargo, los océanos Atlántico y Pacífico están lejísimos.
¿Cómo puede ser, que en esta interminable tierra salvaje, algo pueda estar amenazado? Los siglos XX y XXI nos dan la respuesta. Nosotros, los humanos, somos demasiado poderosos, prolíficos, mecanizados y eficientes. Áreas que antes parecían impenetrables, ahora son accesibles a una cantidad enorme de cazadores y sus perros.
Para colmo de males, muchas especies de armadillos son ridículamente fáciles de atrapar. Vimos un piche cruzar la ruta frente a nosotros, y zigzaguear luego hacia atrás otra vez. Nos sorprendimos de encontrarlo a pasitos de la ruta, frente a nosotros, con su cabeza metida en un arbusto. Como el proverbial avestruz, a su entender, si él no nos veía, nosotros tampoco podíamos verlo. Luego de un rato corrió unos metros y empezó a cavar en la tierra con las poderosas pezuñas de sus patas traseras, pero parte de su armadura seguía expuesta. No es sorprendente que estos animalitos sean tan fácil presa.
Nos acercamos a las niñas, que todavía tienen el armadillo al costado de la ruta. Un hilito de orina se escapa del animalito. Su mecanismo de defensa natural, enrollarse en una bola, no le sirve de nada en su posición actual. Tiemblan sus pezuñas duras y sus ojos húmedos miran aterrados. Las niñas piden unos patéticos 30 pesos (3 libras esterlinas) por su trofeo. Mi primer instinto es comprarlo para luego liberarlo en su hábitat natural, pero sé que esta acción solo lograría alentar el comercio. Cuanto más les cueste deshacerse del animal, más tiempo pasará hasta que atrapen a otro.
La caza de este armadillo es ilegal, como lo es el de las otras veinte especies de armadillo que viven en el continente Americano. El nivel de amenaza varía según la especie. Este armadillo de tres bandas está clasificado por la Unión de Conservación de la Naturaleza (IUCN) como casi amenazado, ya que la población está decreciendo. El armadillo gigante (priodontes maximus), que pesa unos 60kg, es considerado por IUCN como vulnerable, y está listado en el Apéndice 1 de prioridades de la Convención de comercio internacional de especies en peligro (CITES). En cambio el armadillo de nueve bandas (Dasypus novemcinctus), el único representante de la familia presente en los EE.UU, se considera de preocupación menor, ya que los números de individuos están aumentando (IUNC). Pero la población de muchas especies, como el pichi ciego grande o chaqueño (Calyptophractus retusus) y el pichiciego (Chlamyphorus truncatus), todavía es deficiente. Lamentablemente, los comensales y los cazadores les prestan poca atención a estas nimiedades.
Los hombres han comido animales salvajes, como armadillos, desde siempre. Pero la proporción cazador/presa ha cambiado drásticamente. La llegada de máquinas y armas de fuego, y la explosión demográfica han creado una ventaja aplastante para el cazador.
Compañías, gobiernos o individuos podrían ofrecer ayuda para capturar datos mensurables sobre la población y la ecología, e informar si es posible una caza sostenible de los armadillos. Y también ofrecer una ayuda financiera para garantizar que los cazadores y los consumidores identifiquen a las especies que pueden sostener un nivel limitado y sensible de caza, y a aquellas que no. Es imprescindible trabajar por lograr más compromiso con la aplicación de las leyes para la protección de las especies vulnerables.
En el caso de muchas especies de armadillos, el impacto de la caza se agrava con la simultánea degradación de su hábitat, y las demandas de la industria del comercio de mascotas. Estas amenazas son además, algunos de los factores que afectan a 16.928 especies en peligro, de las 44.838 especies mundiales evaluadas por IUCN.
Conservar la increíble biodiversidad de nuestro planeta, es una opción que se nos presenta a todos nosotros. Que nuestros hijos y nietos tengan también la opción de ver un armadillo en su hábitat natural o estudiar su intrigante comportamiento y su ecología, depende de nuestras acciones. Podemos hacer donaciones a las obras de beneficencia que se ocupan de la conservación, y asegurarnos de que los alimentos que escojamos y los bienes que consumimos no impacten en los ecosistemas. O podemos elegir observar otra especie que va en camino de la extinción.
En estos momentos, Katharine y David están vendiendo boletos de una rifa/subasta de dos obras de arte originales de animales salvajes. Todo lo recaudado será donado a Birdlife international y Armonía, para que continúen con sus proyectos de conservación de especies en estado crítico de peligro y sus hábitats en Bolivia. ENLACE http://www.5000mileproject.org/2013/04/5000mileproject-final-charity-running-raffle/
Para averiguar más sobre la primera pareja en el mundo que corre el largo de Sudamérica, visite 5000mileproject.org @twitter/5000mileproject y @facebook/5000mileproject.
Para leer el blog en inglés también haga clic aquí.
Gracias Maria Pelletta por la traducción.